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El ataque inglés a Puerto Rico de 1797

 

 

 

El ataque inglés a Puerto Rico de 1797: una breve memoria de los sucesos a 227 años de distancia

17 de abril de 2024

 

En 1759 ascendió al trono de España Carlos III. Se indica por algunos historiadores que con su reinado comenzó el período conocido como “despotismo ilustrado”. Fue éste un período de reformas, impulsado principalmente por el creciente incremento del poder de Inglaterra, lo que llevaría al Rey de España a establecer un tratado o alianza militar con Francia. Los acuerdos alcanzados conllevaron que Inglaterra declarara la guerra a España.

 

Los escenarios en los cuales se libraron los enfrentamientos entre ambas potencias, más allá de Europa, muy pronto tocarían las puertas del Caribe con la ocupación por parte de los ingleses de La Habana, en julio de 1762. Un año después, mediante el Tratado de París de 1763, se puso fin a las hostilidades entre ambos países. La experiencia de la ocupación temporal de La Habana, sin embargo, llevó al monarca español a designar al Mariscal de Campo Alejandro O’Reilly como “Comisario Regio” de su Majestad Católica. Como tal, se le encomendó visitar, entre otras posesiones de la Corona, las islas de Cuba y Puerto Rico; formular sus recomendaciones para el mejoramiento de las defensas en la capital cubana; y “convertir la plaza de San Juan en un gran fuerte militar”.

 

 

 

Indica el general (r) del Ejército de Estados Unidos, Héctor Andrés Negroni[1] en su libro titulado Historia Militar de Puerto Rico, que luego de revisar las defensas existentes en Puerto Rico y evaluar la capacidad defensiva de la llamada “Milicia Irregular Urbana”, O’Reilly propuso al monarca la creación de nuevas milicias. En el examen que efectúa sobre el estado de las tropas regulares españolas en Puerto Rico encuentra lo que llamó el autor “un cuadro patético”. De 400 efectivos regulares acantonadas en la Isla, sólo 274 estaban aptos para sus funciones militares.

 

A partir de las recomendaciones de O’Reilly, se organiza en Puerto Rico el “Cuerpo de Milicias Urbanas”. Este no era otra cosa que la restructuración de las antiguas “Milicias Irregulares Urbanas”, existentes en Puerto Rico desde 1692. Este cuerpo pasó a ser el “componente de reserva” desde donde, en parte, también se nutrían en sus filas las llamadas “Milicias Disciplinadas”. A diferencia del “Cuerpo de Milicias Disciplinadas”, las “Milicias Irregulares Urbanas” estaba compuesto íntegramente por puertorriqueños, salvo una unidad denominada “Fijo” o “Guarnición”, que era mixta. A este cuerpo pertenecían todos los varones entre las edades de 16 a 60 años. Cumplían funciones policiacas, velando por la tranquilidad y el orden en los distintos  pueblos de Puerto Rico.

 

Como indicamos, tomando en consideración las recomendaciones de O’Reilly, el 20 de septiembre de 1765, el monarca español había autorizado la creación del “Cuerpo de Milicias Disciplinadas” y la creación del “Cuerpo de Milicias Urbanas”. El “Cuerpo de Milicias Disciplinadas” estaba integrado sus filas por hombres blancos, pardos y negros. Hacia 1775 este cuerpo ya contaba con 20 compañías de infantería (100 efectivos por compañía) y 4 compañías de caballería.

 

Cuando se produjo el ataque inglés a Puerto Rico en la madrugada del 17 de abril de 1797, había cerca de 2,500 efectivos dentro de esos cuerpos castrenses.

 

El ataque inglés se produjo frente a la costa de Loiza, en el área de Punta Cangrejos. Indica el Dr. Juan Giusti Cordero en su ensayo titulado Invasión inglesa y victoria criolla de 1797, publicado en “Enciclopedia PR”, que las tropas inglesas al mando del general Ralph Abercromby y del almirante Henry Harvey constaba de 63 barcos. En ellos se transportaba a 14,000 soldados y marinos, de los cuales 3,500 participaron de las operaciones en tierra firme en el momento inicial del desembarco. Más adelante se incorporaron a las operaciones otros soldados para un total de 5 mil tropas.

 

San Juan y sus defensas fueron objeto de un bombardeo naval y desde posiciones en tierra por parte de los ingleses. Entre los primeros combates librados, se encuentra el desarrollado en el sector conocido como Cangrejos Arriba, hoy Balneario de Isla Verde; luego en el área de la Laguna de San José y en el Caño de Martín Peña. El Cuartel General inglés se estableció en la Loma del Olimpo, donde hoy se encuentra la Calle Olimpo en Miramar y en el pasado, en su cercanía, ubicaba el Departamento de Justicia.

 

San Juan fue objeto de un bloqueo naval. Los invasores intentaron otro desembarco en tierra firme por lo que hoy es Punta Salinas. Tomaron una pequeña isla hoy desaparecida, que se encontraba en la entrada de la Bahía de San Juan. Desde allí procedieron a instalar piezas de artillería para bombardear las defensas españolas localizadas en la porción sur de la isleta de San Juan.

 

Las operaciones militares se habían extendido ya por dos semanas. En la noche del 29 y el día 30 de abril, tropas españolas y milicias que habían llegado de distintos y distantes lugares en Puerto Rico, se enfrentaron en combate con los ingleses. El resultado desfavorable de los combates para los invasores les obligó a retirarse dejando abandonando en el campo de batalla municiones, víveres y algunas tropas. Entre los soldados invasores capturados se encontraban 4 oficiales y 289 soldados. Treinta y dos de ellos eran de origen alemán provenientes de las colonias inglesas en América del Norte. Las bajas españolas y puertorriqueñas ascendieron a 42 muertos, 156 heridos y dos desaparecidos.

 

Indica el Dr. Giusti Cordero, que los “ingleses se proponían conquistar Puerto Rico”, luego de lo cual traerían a nuestro país “hacendados franceses que huían de la revolución en Saint Domingue (Haití)”. Señala que  el general Abercromby había llevado a cabo entre 1796 y 1797 “varias campañas militares súmamente sangrientas en Caribe oriental”, como fueron las de Granada, San Vicente y Santa Lucía. Todas ellas se desarrollaron para apoyar los intereses económicos de los sectores esclavistas y hacendados en estas islas. Señala Giusti Cordero que la derrota recibida por los ingleses en Puerto Rico fue “el último episodio de la Guerra del Caribe.”

 

Previo a la invasión a Puerto Rico, el 16 de febrero de 1797 una escuadra británica compuesta por 9 navíos, 3 fragatas, cinco corbetas y bergantines y varios buques de transporte al mando del almirante Harvey y el general Abercromby, con una dotación de 6,750 soldados había tomado la isla de Trinidad.

 

Durante la invasión inglesa a Puerto Rico, la defensa de San Juan y de sus vecindarios, al igual que la lucha sin cuartel desarrollada contra las fuerzas invasoras hasta su eventual expulsión, estuvo a cargo del “Cuerpo de Milicias Disciplinadas” y del “Cuerpo de Milicias Urbanas”. Concluidas las operaciones militares, en 1798 los cuerpos de milicias fueron reorganizados y reestructurados en un regimiento, batallones y compañías, elevándose su número a 3,000 efectivos.

 

En otro ensayo, titulado Puerto Rico unido cambió la historia, publicado por el “Comité Unidos vencimos en 1797”,  las comunidades de Piñones, el Caño de Martín Peña, Cangrejos, Carolina y Río Piedras, en conmemoración de los 210 años de la victoria sobre la invasión inglesa de 1797, abril-mayo 2007, se señala:

 

“Los ingleses no contaron con la defensa unitaria del pueblo puertorriqueño. Con pocas armas, descalzos, y con un adiestramiento limitado, los criollos estaban organizados en cada pueblo de la isla en unas fuerzas civiles paisanas que se conocían como “Milicias Urbanas”. Sin ellos, y con las fuerzas irregulares (las ‘partidas de paisanos’) que también actuaron, difícilmente se hubiera derrotado la invasión inglesa. Participaron también soldados españoles y (mayormente) puertorriqueños que combatían en el Regimiento Fijo, es decir, dentro del ejército español; los Milicianos Morenos, un contingente militar de 125 negros libres; “partidas de paisanos’ que no pertenecían a ninguna de las dos Milicias, y varias docenas de confinados que jugaron un papel importante en varios momentos. Los ataques nocturnos eran favorecidos por las fuerzas criollas, al contar con pocas armas de fuego. Fueron importantes los milicianos y paisanos de Cangrejos, Loiza (que incluía en aquella época el territorio que hoy es Carolina), Río Piedras (El Roble), Toa Baja y Toa Alta, pero llegaron refuerzos y paisanos de casi toda la isla.”

 

Se ha debatido en cierta medida si la defensa de Puerto Rico ante el Ataque Inglés y la férrea defensa de la cual participaron destacadamente criollos, negros y pardos, provenientes de distintas partes de nuestra Isla en la capital y áreas aledañas, constituye la primera experiencia de la defensa nacional de los puertorriqueños de su suelo patrio frente a un poder extranjero.

 

De acuerdo con la publicación antes mencionada, al respecto, se indica lo siguiente:

 

“El 1797 fue un momento clave en la historia de nuestro pueblo: historiadores y escritores como Salvador Brau, Arturo Morales Carrión, Miguel Meléndez Muñoz, Enrique Laguerre, Fernando Picó y otros lo han visto como la primera expresión directa de la idenrtidad colectiva puertorriqueña.

 

Morales Carrión interpreta la vicrtoria de 1797 como un ‘levantamiento campesino’ que venció la dicotomía entre ‘la ciudad murada’ de San Juan, y el resto de la Isla y representó el desarrollo de una ‘voluntad colectiva propia’ y un ‘sentido de su destino’. ‘La  defensa exitosa proveyó una levadura heróica al emergente espíritu nativo.’ A partir de 1797, ‘Puerto Rico está listo para iniciar su nueva vida y cobrar conciencia de su individualidad histórica. En su gran ensayo El País de cuatro pisos, José Lus González no hace referencia al 1797. Sin embargo, la victoria criolla bien podría vislumbrarse como la expresión culminante del primer piso.”

 

Ciertamente, a la altura de 1797, el hilo histórico, sicológico, territorial, idiomático y económico a través del cual se forja una conciencia nacional, y como secuela de ella la nacionalidad de un conglomerado humano, estaba ya hace mucho tiempo en proceso de formación en nuestra Isla. No por algo Germán Delgado Pasapera destaca en su libro Puerto Rico, sus luchas emancipadoras, que las primeras manifestaciones indendentistas en Puerto Rico se documentan precisamente en 1795 cuando circulan monedas a las cuales se les ha acuñado expresiones independentistas y más adelante la publicación de un pasquín tambien alusivo de dicho reclamo. Desde entonces, no ha habibo a lo largo de los años la ausencia de dicho reclamo en la historia de nuestro pueblo.

 

Este ejemplo histórico, sin embargo, tiene a su vez elementos de coincidencia parcial con lo que ocurriría años más tarde en la guerras emancipadoras en América del Sur, o la de un siglo más tarde, en el contexto de la Guerra también conocida por muchos como la Guerra Hispano-cubana-americana, aunque también habrá importantes elementos que las diferencian.

 

Independientemente de que la defensa de Puerto Rico se hubiera dado desde la perspectiva de la defensa de un territorio bajo la bandera y estandarte español frente a otra potencia colonial, el sentido de la defensa de la patria en aquel momento, no la española sino la defensa de la patria desde el concepto que nos define Eugenio María de Hostos al referirse a  la patria como “punto de partida”, ya estaba presente en muchos de los que murieron y arriesgaron su vida como puertorriqueños.

 

Sucesos como la defensa del país ante una invasión como la del ataque inglés de 1797 es distinto a lo ocurrido cuando se produce la invasión estadounidense en 1898, en la cual no se manifestó una movilización de amplios sectores de la población resistiendo la intervención estadounidense a Puerto Rico.

 

En ambos sucesos, en su  análisis histórico, debemos buscar preguntas a la interrogante del Padre de la Patria en 1898 cuando expresó con toda claridad “No quiero colonia ni con España ni con Estados Unidos: ¿qué hacen los puertorriqueños que no se rebelan?”

 

El Padre de la Patria, Ramón Emeterio Betances, aún aguarda nuestra respuesta como país.

 


[1] Negroni, Héctor Andrés, Historia Militar de Puerto Rico, Colección Encuentros, Serie Textos, Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1993.

 


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